domingo, 26 de mayo de 2013

Idiotas y empáticos

La explicación que dió el diputado Gutiérrez de su calificativo de idiota del Presidente de la República es realmente notable. Si fué por "sacarse el pillo" una vez cometido el desliz idiomático es brillante, si la pensó antes de decirla,  es simplemente magistral.

Bueno sería investigar si este enriquecimiento del lenguaje mediante la cultura es parte de nuestra idiosincrasia o si corresponde a lo que los médicos llaman una patología idiopática, una enfermedad cuyo origen se desconoce.

De vez en cuando es interesante curiosear en el origen etimológico de algunas palabras, como  el 'Breve diccionario etimológico de la lengua castellana' de Joan Coromines. 

Por ejemplo, la palabra idioma, vocablo con origen en el griego, deriva de la raíz ídios, ‘propio’ o ‘peculiar’. Y no puede por menos que seguir a idiota, palabra tomada del griego idiotes, ‘hombre privado o particular’.



Porque el idiota original, el idiotes griego, tal como lo señala Gutiérrez, es aquel individuo que no adquiere la categoría de ciudadano porque no participa en las cuestiones de la ciudad, porque se encierra en sí mismo, sin interés alguno por la cosa pública.

Es así como el idioma es la expresión particular, acotada, de cada cultura, la idiosincrasia la forma particular, propia de comportamiento de determinados grupos humanos,  la idiopatía, la enfermedad encerrada en sí misma, que no entrega claves para desentrañarla y, finalmente, en la psiquiatría, el idiota  es aquella persona que padece de idiocía, que está  incomunicada con el medio. Como se puede apreciar, sin relación alguna con la estulticia, o simple necedad, con la estupidez, o razonamiento pobre, o con la estolidez, o falta absoluta de razón o discurso. 

No se equivoca  el diputado Gutiérrez. En la antigua Grecia los cargos públicos eran honorarios (no "a honorarios"), por lo que se exigía que el ciudadano que ocupara cargos públicos debía haber solucionado sus asuntos domésticos, lo que equivale a decir que debía tener  asegurados sus ingresos por su actividad privada, o idiota. En estas condiciones no tenía necesidad de meter las manos en el erario público, cobrar por información privilegiada, cargar mochilas ni separar recortines para sus gastos personales. Ser político era un honor, no un privilegio. Eran otros tiempos, claro está.

Nuestro Presidente cumplió a cabalidad sus responsabilidades domésticas, y demostró ser el idiota perfecto mientras no se dedicó a la política sino solamente a sus actividades privadas, como se sabe, de alto vuelo. Tal parece que la equivocación la comete, como lo señala el distinguido diputado, al seguir actuando como idiota, pero en la cosa pública.

Lo de la empatía se cae de maduro.