¿Por qué se ama lo simple, lo frágil, lo no perfecto? ¿Será porque
imaginas que lo simple, lo frágil, necesita de ti? ¿Cuánto se tarda en entender que nada, ni nadie, es simple, que
nada es frágil, que nada es perfecto, que todo es una invención de aquel que necesita sentirse
necesitado? Sólo cuando las máscaras empiezan a caer es cuando empiezas a
entender que no eres dueño de la complejidad, que la complejidad es compartida,
que también está en el otro, sólo que es diferente, desconocida. Que cuando la
vida fluye, conocemos lo que queremos conocer, que son las caídas las que
rompen la cáscara idealizada y nos muestran lo que no quisimos ver. Y esa es
una nueva batalla, la de asumir que lo desconocido estaba donde no lo
imaginabas, dentro de ti. Una batalla que nos hace comprender por qué amar
duele, por qué nada es para siempre, por qué nos zumbaba ese moscardón dentro del
pecho como alarma ensordinada cada vez que el pensar irrumpía en el sentir ¿Qué
nos pudo hacer pensar que algo podía ser para siempre, si la vida no está
escrita, si nadie puede saber lo que puede suceder en el minuto siguiente, y al
que tal vez nunca lleguemos? ¿En qué libro leímos esa profecía
absurda, si nadie viene desde el futuro a advertirnos nada? Algún día tendremos
que asumir que somos sólo presente, un lugar donde no se puede vivir sin
recuerdos y esperanzas, un lugar dónde
sólo se puede vivir con recuerdos que alimenten esperanzas. Y que al final sólo
queda armar, o amar, la vida, día a día.