sábado, 29 de noviembre de 2014

Comme une petite coquelicot.


¿Por qué se ama lo simple, lo frágil, lo no perfecto? ¿Será porque  imaginas que lo simple, lo frágil,  necesita de ti? ¿Cuánto se tarda en  entender que nada, ni nadie, es simple, que nada es frágil, que nada es perfecto, que todo es una invención de aquel que necesita sentirse necesitado? Sólo cuando las máscaras empiezan a caer es cuando empiezas a entender que no eres dueño de la complejidad, que la complejidad es compartida, que también está en el otro, sólo que es diferente, desconocida. Que cuando la vida fluye, conocemos lo que queremos conocer, que son las caídas las que rompen la cáscara idealizada y nos muestran lo que no quisimos ver. Y esa es una nueva batalla, la de asumir que lo desconocido estaba donde no lo imaginabas, dentro de ti. Una batalla que nos hace comprender por qué amar duele, por qué nada es para siempre, por qué nos zumbaba ese moscardón dentro del pecho como alarma ensordinada cada vez que el pensar irrumpía en el sentir ¿Qué nos pudo hacer pensar que algo podía ser para siempre, si la vida no está escrita, si nadie puede saber lo que puede suceder en el minuto siguiente, y al que  tal vez nunca  lleguemos? ¿En qué libro leímos esa profecía absurda, si nadie viene desde el futuro a advertirnos nada? Algún día tendremos que asumir que somos sólo presente, un lugar donde no se puede vivir sin recuerdos y esperanzas, un  lugar dónde sólo se puede vivir con recuerdos que alimenten esperanzas. Y que al final sólo queda armar, o  amar, la vida, día a día.