jueves, 1 de mayo de 2014

Moto GP y otras hierbas

Me invitaron a viajar a Río Hondo, al norte de Argentina, a la competición anual de velocidad en moto, el Moto GP, o Grand Prix. Soy un aficionado a las motos desde siempre, desde la Vespa que compartíamos con mi hermano mayor para ir a la Universidad y a la costa, luego la Parilla que me prestaba un compañero de Universidad para ir a trabajar a las poblaciones del sur de Santiago, escapando  de las clases de Medicina Legal que, con el tiempo, sería mi especialidad. Luego, una Suzuki RG250 y otra GSR400R, que aún tengo en mi poder. Felizmente, mis amigos, el Edu y la Moni, un matrimonio (aún hay gente que se casa) con una hija de siete años, la Espe,  habían comprado los tickets antes de invitarme, y no fue posible comprar uno más. Digo felizmente, porque así como me encantan las motos, detesto las competiciones, de cualquier tipo. Será por mi condición de comunista recalcitrante, un apelativo que el Vaticano enrrostró a uno de mis autores predilectos, Saramago, en ocasión de su Premio Nobel de Literatura y que, con la distancia y el enorme respeto que todo eso me merece, lo asumo como propio. Por eso me emociona Benedetti cuando queda cautivado por la carita de tristeza de la candidata de belleza que perdió la competencia y disfruta sus pequeñísimas imperfecciones que la hacen más humana, más cercana.

Así fue que, después de unos milquinientos kilómetros de carretera y de una noche en vela del conductor, de duermevela del copiloto, y del sueño profundo y reparador de las pasajeras del asiento de atrás, llegamos a Río Hondo. Es esta la experiencia que quiero relatar.

Río Hondo, o las Termas de Rio Hondo es un poblado muy particular, es como una ciudad en pequeño, cruzada por una carretera, la RN 9 y también, como se puede sospechar, por un río, hondo, a causa de la represa que no alcancé a conocer, por una razón que se explica "al tiro". Lo primero que llama la atención es la inexistencia de locomoción colectiva, y por ello, te puedes movilizar a pié, en bici, en moto, en auto y en taxi, y mi único medio disponible era el peatonal, porque con el apuro del viaje, llevé pesos chilenos, que no reciben en Rio Hondo, porque no hay casas de cambio, y la mesada que me dió el Edu estaba destinada a una mozarella y una quilmes, en uno de los innumerables locales, boliches  y parrillas que denuncian una intensa vida social, mientras ellos sufrían tortícolis viendo pasar, una y otra vez,  a Valentino Rossi a trescientos kilómetros por hora. Ví un solo semáforo, apagado, así es que en todas las esquinas del Microcentro, la confluencia de peatones, autos, motos y bicis aparecía, inicialmente algo caótico, y sin embargo todo el mundo se entrecruzaba fluidamente y sin conflictos, sin los pitidos y cuentas regresivas de nuestros modernos semáforos, sin las carreritas y las verónicas de los peatones, sin los acelerones, bocinazos y los "apúrate pus... ctm",  tan habituales de nuestra tan inculta idiosincrasia.

Después de mirar un rato, intrigado por esta coordinación, descubrí, en medio de los cruces, una palabra: "respeto", con sus innumerables sinónimos: consideración, empatía, cultura cívica, ejercicio del derecho propio y respeto del ajeno (una ecuación imposible para nuestra cultura de la prepotencia), traducido todo ésto en la más simple, banal y lógica de las conductas: pasa quien empieza a pasar primero, y  nadie le disputa ese derecho. Hecha la conclusión, me animé, con cierto recelo santiaguino, a cruzar la calzada al mismo paso que traía en la vereda, respetando sí, al vehículo que ya estaba en el cruce. Nadie aludió a mis canas ni me recordó a mi familia como me sucede tan a menudo cuando, porfiadamente, cruzo con amarilla en las peatonales del centro de Santiago.

Terminé pensando que tal vez por eso nosotros no tenemos competencias internacionales, porque nuestras calles son autódromos. Bien por aquellos que llevan la competencia a lugares cerrados, de asistencia voluntaria.

Lo segundo que llama la atención en esta miniciudad casi de cuento,  es la enorme cantidad de motos, que se manejan como bicis, sin casco, relajadamente, manejando con una mano y con la otra fumando, hablando por celular o cargando cajas, bidones, canastos, y con familias enteras en una sola moto, desde tres hasta cinco integrantes... y en una bicimoto. Sorprendente también, dado el uso de las dos ruedas, es que no se vean sidecars,. y alguna razón debe haber, tal vez porque ocupan casi el mismo espacio de un auto, lo que dificulta su desplazamiento, creo yo... Impagable, además, es el espectáculo de una argentina escultural o de una gorda que haría empalidecer a Botero, transitando en moto sin llamar la atención de nadie, sin chiflidos ni piropos de la constru, ni cuchufletas discriminadoras. Notable, realmente notable.

Más me queda por contar, esto por ahora.