martes, 17 de febrero de 2015

Accidente laboral

Hoy asistí a un juicio de indemnización por un accidente laboral. (El Chile real duele)

A mi mano derecha, la mesa de la demandante: la víctima, un muchacho moreno, con la vista perdida, con una enorme cicatriz en su cabeza, visible a pesar de su pelo rebelde, y la cara deformada por la caída de altura. Tuvo que repetir dos veces su nombre, no recordó el número de su Carnet de Identidad. Sus abogados, dos letrados jóvenes, de los que harían falta unos tres para sumar mi edad.

A mi mano izquierda, la mesa de la demandada: el dueño de la empresa constructora, un gringo alto, blanco y rubio, imperturbable, la abogada de su Empresa constructora, el abogado de la Compañía Aseguradora, el abogado del Ministerio de Obras Públicas y el abogado del Consejo de Defensa del Estado (era una obra concesionada)

El empresariado, el sector financiero y el Gobierno, doblemente representado, todos contra el que les da de comer, de vestir, de andar en Lexus o en Audi, el trabajador que genera la riqueza aunque no lo sepa, mezquinando una compensación económica que no supera los ingresos de un mes del equipo que se la niega.  


La ley debería, algún día,  castigar la insensibilidad.