martes, 8 de marzo de 2016

Cambiar la Constitución... Alóooo?

Se inició el proceso de cambio de la Constitución… y nadie se ha enterado. No es noticia en los medios ni tema de conversación en la mesa familiar ni en la del café, lo que sería extremadamente raro en la mayor parte de los países, es normal en el nuestro. 

Habría que preguntarse, en un primer acercamiento, ¿cuántos de los que quieren que se cambie la norma la han leído, siquiera? Porque una cosa es leer, una segunda es entender, un proceso complejo porque en él interviene el conocimiento previo, el manejo de conceptos que se perfecciona solamente con el estudio y la lectura constante, cuestiones dejadas de la mano de dios desde hace bastante tiempo en esta angosta, temblorosa e inestable  faja de tierra, asiento, tal vez por su lejanía de los centros culturales, de toda clase de experimentos, inventos, abusos y tropelías de la clase dominante, cuya escasa cultura, hay que decirlo, sobrepasa sin embargo el promedio general. No dan ganas de ser chileno. 

Alguno de los que intentan leer y comprender los mandatos ocultos de la Constitución, de los que hay que sospechar desde un inicio, sabiendo de la calaña de sus autores, ¿sabrán que la filosofía actual es la filosofía de la comunicación, del lenguaje, de la semiótica, a la que tanto han aportado personajes tan entrañables como el recientemente fallecido Umberto Ecco, tan complejos  como  Borges y tan intragables como Derrida? Lo de intragable es una cuestión personal derivada de mi escasa cultura en la materia, pero, como los medicamentos amargos y los tragos amargos, que mejoran y que enseñan, hay que tragárselos igual, porque mejoran nuestro cuerpo y nuestra mente, o por lo menos nos dejan con la conciencia tranquila de haberlo intentado.

Pero no, esa no es parte de nuestra idiosincrasia, la nuestra es la de empezar por la cola, porque, antes, pero muy antes, de cambiar la Constitución debió iniciarse el proceso, largo, tedioso, “cargante” usando un chilenismo corriente, de cambiar la Educación. 

Antes de saltarse las barreras del Metro, debió impedirse su implementación, ideada en el conventículo gnóstico de los empresarios, de los cerebros gatrasca, de la imagen en espejo del rey Midas. 

Antes de dictar “leyes cortas” para el control de la delincuencia (el lenguaje tiene vida propia, desnuda a quien lo emite) debieron dictarse las “leyes largas” que encanaran a los delincuentes de “cuello y corbata”, una traducción libre de los “white collar”, que son los verdaderos responsables, de su propia delincuencia y de la delincuencia derivada de la pobreza y la ineducación que cultivan con tanta fruición como eficacia y eficiencia. 

En estos días ha quedado claro lo que siempre sospechamos, ha quedado en evidencia, gracias a la memoria imborrable de los instrumentos electrónicos, el cordón umbilical, forrado y protegido, no por la gelatina de Wharton que asegura la conexión con la madre, sino por el tonto billete, que cumple la misma función entre empresarios y políticos, los primeros alimentando al hijo que les asegura la vejez intercambiando leyes por billete, constante y crujiente.

Pero, a fin de cuentas, hay que reconocer que la sabidupilleria de las clases dominantes siempre ha tenido una mirada en perspectiva, desde afuera, mientras los giles (no es peyorativo, es el coa) estamos mirando desde dentro; mientras los primeros trabajan el tronco de la educación/ineducación, los demás caminamos por las ramas: los estudiantes por la educación, los enfermos por la salud, los consumidores por el retail, cada uno en su rama separada mientras que, los que mediante la “reforma estructural” transformaron los servicios educacionales, de salud y de necesidades básicas en “mercancía”, remecen el tronco de vez en cuando para recoger los frutos. 

Así de fácil… y nosotros queriendo cambiar una Constitución, desconocida,  por otra de resultados impredecibles, por todo lo dicho.