sábado, 21 de marzo de 2015

8.000 kilómetros II

Llegados a Punta Arenas, alojamos en un hotel militar, y algunos de los usuarios me saludan, no juntando los talones, pero casi..., mis canas les habrán hecho pensar que soy un general en retiro, creo yo. Por la noche vamos a cenar en un restorán picada, y de verdad que se merece el renombre, mando fotos por guasap de tortellinis de centolla y cordero a la Patagonia a mis amigos que disfrutan el smog de Santiago.

La lluvia, además, que estaba esperando que entráramos para dejarse caer, cesa cuando estamos pagando la cuenta, lo que no nos llama la atención, porque la ropa de abrigo fue de paseo y porque la segunda vez que llovió, esperó que estuviéramos en la cama. El sol, casi inclemente a esas alturas, nos espera en la mañana siguiente.

Vamos a Puerto Natales a visitar a una amiga de Mónica, llamadas telefónicas mediante, llegamos al domicilio, y no sale nadie a la puerta. Pero no estás hablando con ella?, pregunto... Eeeesss que mi amiga no está en la casa...  Ahhhh... (mujeres - pienso - sin intentar entender) Me quedo en el auto mientras ellos siguen insistiendo. Recibo un correo en el celular, de una etno-antropóloga que quiere hablar conmigo respecto de don Carlos Lincomán, lonco huilliche de Chiloé  cuya comunidad construyó una lancha, la "María Luisa" que se entregó a don Carlos Renchi Sotomayor, lonco qawàsqar de Puerto Edén, en proyectos de ayuda que dirigí hace más de veinte años atrás, en la región de los canales.

Me dispongo a contestarle cuando Eduardo me pide que me baje para presentarme a un amigo (de ellos). Lo hago y me encuentro, a boca de jarro, con don Carlos Renchi, que también me mira sorprendido. Empiezo a creer en los universos paralelos, en el jardín de los senderos de Borges, que se bifurcan, en los agujeros negros, en ... en cualquier cosa que me explique lo que pasa, pero la sonrisa cómplice de Mónica y Eduardo me lo explica, y luego vengo a saber que ese era el verdadero motivo del viaje, el encuentro con una persona tan distinta en su cultura, pero tan entrañable como ser humano como don Carlos, una impresión personal que debí transmitir, sin darme cuenta,  al hablar de  él con ellos.

Eduardo le pregunta si me reconoce. El toctor Hernán, dice, mientras asiente con la cabeza. Con quien hablaba por teléfono Mónica era  María Luisa, que vive en Punta Arenas, a cuya casa volvemos llevándole a su padre. María Luisa, que tenía unos doce años en la fecha de los proyectos, es ahora una mujer adulta, con tres hijos, que también se emociona con el reencuentro.

Siete meses demoraron Mónica y Eduardo en localizar a María Luisa y a don Carlos, una demostración de afecto que se agradece, de profundis.







Segunda serendipia, de verdad, porque la primera estaba fabricada: la etno antropóloga con la que me reúno luego en Santiago, vive en mi mismo edificio, en el piso de abajo. Causas y azares, de eso está hecha la vida.