jueves, 16 de agosto de 2012

Bello: un notario vale por dos testigos.

Las polémicas y las interpretaciones que causa don Andrés con el uso de la "o", que algunos interpretan como equivalencia y otros como alternativa, como en los contratos o convenciones, tambien se originan en el artículo 1014, referido al testamento solemne, el que "debe otorgarse ante competente escribano y tres testigos, o ante cinco testigos"

La mayoría de la doctrina se inclina por una opción sin mucho sentido común, que en Bello sobra: que el testador nuncupativo puede elegir tener tres o cinco testigos, además del notario. No se aclara por qué no cuatro, que es mejor que tres,  (porque no tiene que ser impar, puesto que los testigos no votan ni ganan  por mayoría)

La otra opción, al parecer minoritaria, considera que el testador puede elegir entre dos posibilidades igualmente válidas: (un notario + tres testigos), o (cinco testigos).

Para los que sustentan  esta opción, la clave es, como siempre, gramatical, y depende de una coma, antepuesta a la "o", como sucede en este caso, que nos está diciendo: osea, lo que es lo mismo  que, cinco testigos.

Y en la duda, hay que ir a la fuente:  el Diccionario de la Lengua Española, de la R.A.E, que nos aclara que la "o", en su primera acepción, cuando no lleva antepuesta la coma, es una conjunción disyuntiva, que es signo de alternativa, "Pedro o Juan", así también sucede en su segunda acepción: "Lo harás de buen o de mal grado" , pero en su tercera acepción, cuando  lleva la coma antepuesta, es signo de equivalencia "El protagonista, o el personaje principal..."

De lo anterior, podemos concluir que el notario, o el juez de letras, en su caso, si bien es una de las solemnidades del acto, puede ser suplido  por dos testigos más, para un total de cinco.


ANTÍFONAS

No soy creyente, o tal vez lo soy al estilo de la iglesia primitiva, la de los conventículos gnósticos que querían entender  por el entendimiento, por la razón  y no por la fe,  y por eso  siempre me ha intrigado  el acto de la misa, que no puedo interpretar  sino como un intento de diálogo con lo desconocido, pero mediado por seres de carne y hueso  que se autoproclaman médiums de este contacto, entre el Mesías  y sus ovejas.

Las antífonas que se cantan en la misa  esperando su llegada,  expresan por su variedad,  las diferentes cualidades del Mesías y las diversas necesidades del linaje humano:

El hombre es desde su caída un insensato privado casi de razón y sin gusto hacia los verdaderos bienes; su conducta inspira horror y compasión y necesita la sabiduría.
El hombre es desde su caída esclavo del demonio, y tiene necesidad de un poderoso Libertador.
El hombre desde su caída está vendido a la iniquidad, y necesita un Redentor.
El  hombre es desde su caída un preso encerrado en la cárcel tenebrosa del error y de la muerte, y necesita una llave para salir.
Él es ciego desde su caída, y necesita un sol que le ilumine
El hombre desde su caída está enteramente mancillado, y necesita un santificador
El hombre es desde su caída como una gran ruina, y necesita un restaurador
El hombre desde su caída  ha doblegado la cabeza bajo el yugo de todas las tiranías, y tiene necesidad de un legislador equitativo.
El hombre desde su caída es una oveja descarriada y expuesta al furor de los lobos, y necesita un Pastor que le defienda y le guíe a buenos pastos.


Borrego es quien acepta esta sarta de insultos y descalificaciones como verdades reveladas y se pone de rodillas implorando el perdón de sus pecados. Sin embargo, como en La Caída de Albert Camus, todo empieza por el buen camino después de la caída: Existo gracias a la caída de mis padres,  y mi caída  personal me ha dado  familia, amor, pareja, hijos y nietos.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Desarrollo humano sustentable


Y sólo en la gratuidad o mediante la gratuidad es posible el encuentro verdadero, el descubrimiento profundo, la creación original. Únicamente en un ámbito de relaciones donde no prime la obsesión por la eficiencia, por la competencia, por el logro y por el rendimiento será posible el surgimiento sinérgico de lo gratuito, de lo inefable y de lo que probablemente muchos sentimos como lo más propiamente humano: la ternura y la compasión”

DESARROLLO HUMANO SUSTENTABLE: sus exigencias éticas, económicas y políticas.
Antonio Elizalde Hevia


Conferencia en el Tercer Congreso de Bioética de Latinoamérica y el Caribe realizado en Ciudad de Panamá del 3 al 6 de mayo de 2000.



Creo en la discrepancia, y que el pensamiento es para exteriorizarlo. Sólo eso justifica estas líneas, nada más.

Una mirada más ecuánime permite no ser tan extremo, tan excesivo en el análisis: la ternura y la compasión están muy bien en el ámbito de la asimetría de determinadas  relaciones personales, con la debida consideración por el pensamiento budista, que las extiende a la humanidad, y por eso  no parece  razonable extenderla a la inacabable multiplicidad de acciones propias del hombre, donde también hay enojo, rabia, terquedad, tristeza, solidaridad, exigencia, autoridad y obediencia, como ingredientes propios del pensar, del querer y del hacer humano.

Creo que introducir, como lo hace el autor en su conferencia, concepciones finalistas, teleológicas, como el pensamiento cristiano, no sólo no son adecuadas a un análisis de esta naturaleza, sino que también tienden a separar a los que debieran estar en el mismo bando, por más que el pensamiento cristiano sea tan diverso como contradictorio consigo mismo, y con la realidad, y que por ello  se pueda coincidir con la teología de la liberación o con los curas obreros, y no con los Legionarios de Cristo ni con el Opus Dei. Pero coincidimos, los no creyentes,  por cuestiones distintas de la fe, y en consecuencia, nos resultan indiferentes sus creencias religiosas  justamente porque no interfieren, como lo ha hecho históricamente  la enorme mayoría de la Iglesia, con la solución real de los problemas reales.


Tampoco parece sensato, en la discusión de un problema que afige a toda la humanidad, introducir conceptos religiosos que, por el sólo hecho de ser compartidos por grupos humanos, y no por otros,  pasan a a ser una cuestión lingüística, un idioma particular que solamente entienden los iniciados. Más aún cuando el cristianismo es una de las religiones con menos adeptos en la humanidad.

El mundo, la vida, la historia del ser humano ha llegado a ser, ha nacido no se sabe cómo ni cuando ni por qué,  para llegar a nuestros días, y no es una sola historia, son miles y millones de historias, distintas, de cada cosa, actividad, proceso, grupo humano y ser humano individual, diría Michel Foucault, y las cuestiones valóricas aparecen en la historia recién ayer. Es difícil entonces que puedan tener una fuerza tal que empiecen a regir el comportamiento humano, y la historia así lo demuestra, una y otra vez. Las grandes crisis, las grandes mortandades han surgido cada vez que algunos pretenden oponerse al curso natural de la historia, a los instintos naturales del hombre, que deben ser educados, embotados, sublimados, preteridos, por ecuaciones intelectuales que intentan imponer la consideración por el otro, algo inexistente en la vida biológica que nos sustenta.

A los millones de muertos por el Holocausto como expresión de la barbarie deben sumarse  los millones de muertos  en la lucha contra la barbarie, y esos muertos sólo dan paso a otras formas de barbarie, más sofisticadas, pero igualmente abusivas en la desconsideración del otro, que ahora muere por ignorancia, desnutrición y abandono, que requiere algo más que la ternura y la compasión para sobrevivir, aunque sólo sea intransigencia en su rechazo activo. Con esto no quiero decir que la lucha por imponer los valores no sea no sólo  necesaria, sino imprescindible, lo que quiero decir es que debería ser mirada como una utopía, por la que siempre se trabaja sabiendo que nunca la consecución será plena, que seremos eternos émulos de Sísifo y su tarea siempre inconclusa. La historia demuestra que la bondad siempre ha sido contestataria de la maldad y si bien no es el ideal, está bien que así sea, porque algún equilibrio se alcanza, de tarde en tarde.

No creo que haya nada de malo en que las cosas no sean gratuitas si es que tenemos la posibilidad de acceder a ellas, porque el dinero  no tiene, en sí, ninguna connotación valorativa en lo moral, porque no es nada más que un modo de intercambio de bienes  y servicios, los que cada cual estime necesarios o deseables para sí o para los suyos.

 Y si el trabajo es realmente el origen del dinero, entonces quien  quiera más deberá trabajar más y el que no aspire a tantos bienes materiales podrá producir menos, porque tampoco será un gran consumidor, su ética estará entonces a salvo y ambos pueden alcanzar el bienestar propio, que no es igual para todos, que todos tenemos algo de anacoretas y algo de sibaritas. Distinto es lo que sucede en nuestras sociedades, en las que los que menos trabajan son los que más consumen y a la inversa, los que producen la riqueza sólo consumen lo indispensable para seguir produciendo, para los que más consumen. En Chile, el primer decil de población consume el 30% del producto, y dentro de ese 10% la curva es exponencial, hasta llegar a las diez familias dueñas del país.

Así es como entiendo y acepto el círculo virtuoso  mercancía-dinero-mercancía del socialismo y entiendo y rechazo el círculo  vicioso dinero-mercancía-dinero del modo capitalista de producción.

No creo que haya nada malo en la eficiencia en el uso de los recursos, ni en la eficacia en la solución de los problemas, ni siquiera en la competencia, que habremos de aceptar en lo deportivo. Es decir que ninguno de estos conceptos, paradigmas, objetivos o modelos  es malo en sí, sino cuando se utilizan sin consideración del prójimo.

Esa debería ser la gran tarea, el crecimiento interior, en su enorme complejidad, con el que todo se hace sustentable, porque en reconocer la enorme diversidad está la clave para llegar a la esencia de las necesidades humanas.

La ternura y la compasión llevan implícita la asimetría de la relación, a no ser que también el pobre se  compadezca, como denuncia el padre Berríos, de la "pobre niña rica", que se enternece y  compadece a los pobres en su burbuja, pero nada hace por ceder la parte de la  riqueza que, en rigor, no le pertenece.