lunes, 24 de febrero de 2014

Tiempos pasados, no olvidados.

http://www.laverdadyotrasmentiras.com/medicina/la-mirada-de-los-otros/

Hay una medicina que se ejerce en los salones de los hoteles five stars, en los journals y en las academias. Es interesantísima, deslumbrante, te come la cabeza. Está llena de gente valiosa e inteligente, pero también está infectada de  fanfarrones y egomaníacos. Es una medicina para médicos, endogámica, una isla paradisíaca donde el sufrimiento, el dolor o la muerte nunca salen del Power Point. Es seductora y mentirosa, huele a perfume de free shop. Es falsa como el espejo de la madrastra de Cenicienta.

Pero también está la gente…

La mujer que te mira con sus enormes ojos azules y te pide aire, aire, aire… El hombre que se toma el pecho y cierra la mano como una garra sobre el esternón, te pregunta con la mirada si eso es la muerte. La madre que te pone sobre los brazos a su hija empapada en sudor sacudiéndose en medio de una convulsión, te grita, sin pronunciar ni una palabra, con la boca apretada y las manos crispadas, que tú sabes, que tú puedes, que eres Dios   y que por eso te la entrega. 

Una viejita esquelética abandonada en la cama del hospital a la que nadie nunca vino a ver, te mira. Te pide que le tomes la mano, que la toques, porque morir sin otra piel que roce la suya es inhumano, es indigno, miserable. Y tú le aprietas  fuerte los dedos flacos y huesudos. Y esperas  a que la muerte se la lleve en paz. 

El viejo que te pregunta si sus hijos están afuera, se queda esperando tu respuesta con sus ojos clavados en los tuyos. Tú dudas.  Y le dices  que sí, que pasaron toda la noche en vela, que están preocupados, que lo deben querer mucho por la forma en que preguntaban por él. Que más tarde los dejarás pasar aunque sea un ratito. Pero afuera no hay nadie, nunca hubo nadie.

Después viene la secretaria y te exige que completes un certificado. Te apura para que hagas las epicrisis pendientes. Más tarde entregas la guardia y te vas a tu casa.

La calle te resulta extraña, inhóspita. Has perdido los códigos de convivencia. No entiendes  ninguna de las preocupaciones de la gente. Ni sus tristezas ni sus alegrías. El mundo está cubierto de un velo opaco, una atmósfera turbia de jet-lag. Abres la puerta y tu mujer te recibe como si desde el momento en que te fuiste -36 horas atrás- no hubiese ocurrido nada en tu vida. Hay un agujero de tiempo que nadie, excepto tú, percibe. Te dice que tu hijo tiene fiebre, que llegó la cuota del colegio. Te encierras  en el baño y ella te sigue hablando a través de la puerta. Te grita que pongas la ropa sucia en el canasto. Te miras al espejo, te das lástima. Te duele la espalda.

Piensas  en tu compañera de guardia. Sabes que ella te entendería. Que no necesitarías decirle nada. Cierras  los ojos y ves sus pechos flotando debajo de la chaqueta. Despeinada, acostada en la cama de abajo, tú  en la de arriba. Derrumbados, los dos. Sobre el piso,  una caja de cartón con restos de pizza fría. La escuchas respirar. Están agotados, insomnes. Ella estira el brazo, lo sube como buscando el cielo. Tú bajas el tuyo, se tocan. se acarician las manos, se aprietan hasta hacerse doler.