viernes, 16 de agosto de 2013

El punto de no retorno





                Le pidió a la pabellonera que le secara el sudor de la frente. Estaba tenso y el foco luminoso frontal y las lupas de aumento le hacían transpirar  copiosamente. Había liberado la aorta y se disponía a ocluírla por encima y por debajo de la estrechez  que impedía que el Jonathan  pudiera jugar fútbol, su pasión de siempre.  Tomó los clamps y, con un movimiento automático, se aseguró que cerraran correctamente.  Levantó la vista para dirigirse al anestesista. - Toma la hora, vamos a clampear - dijo. Tenía solamente treinta y cinco minutos para eliminar el segmento estrecho y volver a unir los cabos seccionados. Treinta y cinco larguísimos minutos de pulso acelerado en los que se apagaba la radio y no se contaban las habituales historias entretenidas del pabellón quirúrgico. Treinta y cinco cortísimos minutos si se enredaba un punto de la sutura, si se producía un sangramiento inesperado o si los cabos quedaban muy tensos. - Ahora - dijo, mientras cerraba el primer clamp. - Nueve y catorce, o sea, hasta las… nueve y cuarenta y nueve - la voz del anestesista  se escuchó con claridad en el silencio reinante. Puso el segundo clamp  y tomó la tijera, la mano sacudida por el temblor fino de la adrenalina. 

                Antes de dar el primer corte no pudo dejar de pensar : “éste es el punto de no retorno“ , malhadada frase de su ayudante, al que había pedido, expresamente, que  nunca más la repitiera.       Todo anduvo bien. Puso el último punto y empezó a soltar, lentamente, las pinzas. Pequeños chorritos de sangre salieron por la línea de la sutura, apretó suavemente la pinza y esperó unos segundos, liberó nuevamente y ya la pérdida se había controlado. Pidió gasa  y taponó con delicadeza. Con formalidad no desprovista de afecto, estrechó la mano también enguantada de su ayudante. - Gracias - 

                 - Puedes insuflar - dijo. El pulmón, liberado de los separadores, empezó a inflarse como gigantesco popcorn, y recuperó su color rosado habitual. - Cinco minutos para contar un chiste, pero que sea bueno - Alguien contó un chiste conocido pero  igual se rieron un rato, relajados. Se separó el pulmón para controlar si había aún  sangramiento. Mientras retiraba la gasa, con extremo cuidado, lo sobresaltó un ruido ajeno al pabellón, un trácatra-trácatra absolutamente inesperado y agresivo. 

          Despertó. El gendarme caminaba golpeando los barrotes con su bastón. Las imágenes parecieron explotar en su cabeza y flotar por encima de él. Trató de dormirse nuevamente para retornar al sueño, pero no pudo. En medio de su amargura y de su impotencia al rememorar ese once de Septiembre, le afloró, de todas maneras,  una sonrisa. 

En su mano izquierda estaba aún la carta, el Jonathan estaba jugando en las infantiles de la Chile.