La nota siguiente, publicada en Página 12 en relación a la discusión
del aborto en tres causales nos permite analizar, con seriedad, lo que ha
sucedido en Chile con los flamantes ministros de Salud y de Educación, dignos
sucesores y discípulos de los exabruptos de Mañalich y del "pregúntenle
a las vacas", de cuyo nombre no me acuerdo. Desde Freud se conocen
estos lapsus linguae que no son "expresiones
desafortunadas" sino expresiones del pensamiento más profundo, si es que
pensamiento puede llamarse a lo que nace de las vísceras. Se agradecen textos
de esta calidad literaria, culta y por sobre todo, de una humanidad intachable.
SOCIEDAD PÁGINA 12
24 de julio de 2018
La senadora, las moscas y Serafino
Por Rodolfo Braceli
Señora, hagamos de cuenta que esta es una Carta Abierta; o Mal
Cerrada.
Antes que nada le aviso: nunca es demasiado tarde para aprender que en
boca cerrada no entran moscas. Ni salen.
Usted es Senadora de la Nación. Nada menos. Formidable
responsabilidad. El caso es que el 16 de julio del 2018 después de Cristo, en
un flujo de irreparable sinceridad –sinceridad que involucra a su corazón y a
su aparato cerebral–, usted soltó que el Síndrome de Down es una enfermedad.
Además, incurable. En un cruce con el biólogo Alberto Kornblihtt, en segundos,
usted puso en evidencia esa opinión suya; pero sobre el pucho trató de
disimularla. Ya era tarde. Las moscas salieron, y entraron.
Muchos de los que, como usted, a propósito de la despenalización del
aborto defienden “las dos vidas”, la de la madre y la del feto, trataron de
minimizar y cancelar su “desliz”. Señora Senadora, ¡joder con el desliz! Ocurre
con frecuencia: quienes se creen dueños de las buenas costumbres son hábiles
para licuar barbaries como la suya. Esta vez argumentaron, campantes y con la
impunidad de siempre, que lo suyo, Senadora, no fue más que una “expresión
desafortunada.” Nooo, al contrario, fue afortunada porque representa lo que
tantos y tantas sienten y piensan. Expresión afortunada, además, porque con
ella se descareta de cuajo a quienes proclaman que “la vida es sagrada”.
Caramba o caraxus, sagrada la vida ¿de quiénes?
Senadora, demorémonos un poco más en su desliz. Por empezar carga una
cuota de escandalosa torpeza. Imposible no advertir lo que nos revela, de usted
y de su secta de buenudos, tan atroz opinión sobre el Síndrome de Down. Revela
ignorancia, insensibilidad, y un cretinismo retrógrado que nos remonta a los
tiempos de cuando andábamos en cuatro patas meta gruñidos sin necesidad de sintaxis.
Algo debemos reconocer: su “desafortunado desliz” tiene la virtud de
revelar en un santiamén hasta qué punto la hipocresía es la sustancia medular
de quienes por estos días, peligrosamente, desesperados hasta la histeria,
enarbolan la defensa de la vida, porque “es sagrada”. Otra vez: sagrada la vida
¿de quiénes? Se llenan la boca con la palabra “Jesús” pero imaginemos lo que le
harían a un Jesús de nuestros días los gendarmes y otras fuerzas expertas en
disuadir por las malas o por las malas.
No, señora Senadora, lo suyo no es un desliz: es una revelación. Todo
el tiempo ustedes discriminan y desenfundan el dedito de señalar, y tildan, y
xenofobian, y convierten a los pobres en sospechosos, y etcétera. A ustedes,
practicantes de la indiferencia activa, les importan un carajo los
abortos posteriores, es decir, las “interrupciones de vida” después del vientre
mediante el hambre, los misilazos, el analfabetismo y la analfabetización –tan
sembrada por los medios de des/comunicación.
Señora Senadora, con sumo respeto le digo que usted con su desliz
ofendió a la investidura de la Honorable Cámara. Y agravió a la hoy desabrigada
democracia.
(Ah, me olvidaba: la señora Senadora tiene nombre, Silvia; tiene
apellido, Elías, y además “de” Pérez.)
A continuación, a modo de desagravio, deseo compartir un textito que
hace algún tiempo me inspiró un niño down que, siendo linterna, anda por ahí...
Serafino
mediante
Cuando un niño nace con Síndrome de Down decimos, desde el error de la
piedad o, peor, desde la necedad de la lástima, que es diferente. Él,
¿diferente de nosotros o nosotros diferentes a él?
El niño de nuestra historia se llama Felipe, pero me gusta nombrarlo
con un nombre secreto: Serafino. A Serafino, a los seis meses de su nacer, le
abrieron el pechito y le zurcieron el corazón trizado; que conste, con hebras
de sol se lo zurcieron. Desde entonces, pleno, vive, y hay que ver cómo
deletrea, cómo aprende las sílabas del mundo el vaguito…
Serafino usina secretos preciosos:
a la vida le ve colores que nosotros no conocemos, y le escucha
sonidos que tampoco. Por eso ya está a salvo de las miserias y distracciones
paupérrimas de la condición humana.
Conozcámoslo un poco más: para Serafino el 3 no es número alguno: es
un clavel. Y 3333 es un clavel más otro clavel más otro y otro clavel. A ver si
nos entendemos: el 3333 es un jardín que cambia de enanito todos los días
impares. Enanito siempre de izquierda, por eso rojo el clavel.
¿De qué clavel estamos hablando? Es inútil, no lo podemos ver; él
sí.
Conviene enterarse, además, de que para Serafino el 5 es un niño que
ahora en la vereda de enfrente cruza rápido; va en un triciclo verde, veloz
espanta los charcos que dejó la lluvia de recién.
Y el 8 es la cálida imagen de su madre cuando lo amamantaba.Y el 9 es
su papá con el ceño apretado cuando se levanta de dormir su rato de
siesta.
¿Y el 4? Ah, el 4 es su hermana cuando se atreve a sentarse en una
sillita que es sumamente violeta. La tal silla –la silla más pequeña del
mundo–, es la que Serafino usa para subirse y asomarse por cierta ventana en la
que cabe un arco iris que, por ahora, late cuarenta y siete colores y trece
más.
Sépase: a los semblantes de estos colores, nosotros, no los alcanzamos
ni a vislumbrar. Es que estamos tan ciegos para esos colores, y tan sordos para
tocarlos… Porque, hay que decirlo: Serafino sabe y siente más hondo que los
adultos adulterados; sabe y siente que los colores tienen piel y hay que
escucharlos con la punta de los dedos, siempre.
(Serafino ahí va, vadeando el arcoíris.
Es de luz el pendejito.
Y la luz no tiene por qué rendirle cuentas a nadie.
¿Podríamos decir, entonces, que Serafino es un feliz?
Preguntar eso significa no haber entendido nada.
Desde antes de nacer, él sabe que la felicidad es un sufrimiento que los humanos nos inventamos sucesivamente…)
Es de luz el pendejito.
Y la luz no tiene por qué rendirle cuentas a nadie.
¿Podríamos decir, entonces, que Serafino es un feliz?
Preguntar eso significa no haber entendido nada.
Desde antes de nacer, él sabe que la felicidad es un sufrimiento que los humanos nos inventamos sucesivamente…)
* Escritor.