lunes, 28 de octubre de 2013

Relaciones de pareja: Después de mí...qué...


Otro.
Sin importar la edad, sigues recibiendo golpes y no queda otra que seguir aprendiendo. Comprobamos, una vez más, que la equivocación es parte de la vida, que vivimos de las representaciones simbólicas que hacemos de la realidad, que  las sombras de la caverna de Platón y los ídola de Bacon siguen formando parte de nuestras realidades virtuales.

Sólo de tarde en tarde, después de la siesta adormilada de unos cuantos años, se caen los telones de utilería y vemos, por segundos, la descarnada realidad, la realidad existencial que carece de pasado y de futuro, quedamos funcionando con el hemisferio cerebral derecho, el de la realidad, el del aquí y ahora, bloqueando el izquierdo, el de las abstracciones, el de los recuerdos, muchas veces tergiversados, idealizados, con sus futuros, siempre utópicos, inexistentes, que no cumplen otra finalidad que la de ser un sedal lanzado hacia adelante, hacia lo desconocido, sólo que en vez de traer la presa hacia nosotros, la presa nos lleva a ella.

Como el viejo en el mar arrastrado por la ballena, porque sí, porque no queda otra, porque no sabemos hacer otra cosa, porque nuestra información genética nos marca un camino del que difícilmente se sale.

Y cuando salimos y nos vemos enfrentados a una realidad desconocida, a una realidad en la que deambulan zombies con una sonrisa pegada, cada uno en su burbuja, entrecruzando sus caminos sin darse cuenta, porque cada uno persigue algo diferente, no soportamos la otredad y volvemos, de apuro, a recuperar el hemisferio de los sueños y a soplar nuevamente nuestra burbuja, nuestro útero que nos protege de todo mal.

Volvemos a imaginar una nueva compañera de vida, a enamorarnos  de un ser ideal que de pronto, se corporiza, que es real, es cierto, pero a la que el enamoramiento despoja de todo aquello que nos molesta, y resume todo aquello que hemos deseado, que hemos fantaseado y ¡Oh… maravilla del interaccionismo simbólico…! , comprobamos que existía, que la perfección estaba a nuestro alcance.

Pero  sólo es cuestión de tiempo, el tiempo del nuevo ciclo, en el que ponemos todas nuestras ganas, toda nuestra experiencia, evitando las piedras que enseñan a vivir, porque sólo de tropezones se aprende, para  volar, en cada experiencia, cada vez más alto. Profundo error, porque la caída es cada vez peor, cada vez más cerca del desaliento.

Pero lo cíclico está en nuestra impronta, y cuando investigamos un poco el porqué de este fatalismo, nos enfrentamos a lo más básico, a nuestra biología, a nuestro desarrollo filogenético que nos emparenta con los cangrejos ermitaños, que migran a desovar en la costa, con cada luna llena, cada veintiocho días, los mismos veintiocho días que demoró nuestra madre para desovar la mitad de nuestra dotación genética.

Un solo huevito disputado por millones de espermios que, agitando sus colas, luchan por su vida, el primer struggle for life de nuestra vida, la primera  vez que la mujer pone las cosas en su lugar, la primera vez que simplemente espera al mejor, que no siempre lo es, porque pudo tener toda su fuerza concentrada en su colita, pero con escasa  dotación genética en su cabecita.

Y aquí parece haber una primera clave de los continuos, reiterados, sistemáticos y cíclicos fracasos de las relaciones de pareja: la mujer está destinada... (¿?); es responsable... (¿?), más simple..., cumple la función, no se sabe por qué, de reproducir la vida biológica. Es la flor, vistosa, colorida, perfumada, suculenta, que adorna con esos atributos sus órganos sexuales, para engañar (y recompensar) a la abeja y al colibrí, que sirven de transporte masivo del polen,  del aporte genético diversificado que permite la reproducción de la vida.

Así la mujer procrea a sus hijos varones, los cuida, se enamora de ellos, los protege mientras puede, porque sabe que serán utilizados y desechados por otras mujeres, así como ella desechó a sus propias parejas, porque tendrán que demostrar habilidades que no tienen, porque tendrán que estrujar el intelecto para luchar contra un enemigo desproporcionado, la finalidad de la mujer, que lo que menos tiene es debilidad emocional, tan propia de los hombres. Ocho de cada diez canciones románticas son lamentos de hombres desechados, que se dan vueltas y revueltas, intentando entender el camino recto, el paso pausado de la mujer que, con la vista puesta por encima del hombre, sigue su itinerario. Y nueve  de cada diez mujeres... tampoco saben por qué lo hacen.

Y no puede ser de otra forma. El Arca de Noé no es de Noé, es de Eva, que transporta el futuro en su cromosoma mitocondrial, el mismo que trajo la Eva negra, de la que descendemos todos los seres humanos actuales. Un cromosoma circular, no helicoidal, que sólo la mujer puede transmitir a su descendencia, lo que significa que si bien el hombre lo recibe y lo incorpora a su patrimonio genético, no puede trasmitirlo, muere con él, lo que no sucede con su hermana, que sí puede hacerlo.

Demasiada información que nos  va dejando, a los hombres,  en la calidad que biológicamente tenemos, la de una mutación genética de Eva. A quien le falta una costilla no es  Adán, es a Eva. Si hasta la Y de nuestra fórmula XY es una mutación de la XX, en la que una de las X ha perdido una patita, para transformarse en Y. Parece chiste si no fuera tan trascendente, y tan oprobioso para el sexo masculino. La mujer es mujer por donde la miren XX, el hombre es mitad mujer X, mitad hombre Y.  He aquí  el problema de fondo.

La investigación genética moderna ha demostrado que el cromosoma Y ha sufrido un deterioro progresivo y en la actualidad no transmite, aparte del sexo masculino, nada relevante: las capacidades de atrapar algo al vuelo y de lanzarlo, la manipulación de gadgets, son algunas de ellas, patéticas sin duda, a tal punto que la revista Science (puedo equivocarme, y no es momento de citas), lo considera el delincuente juvenil de la familia de los cromosomas: hace puras leseras, no sabe donde va y está destinado a desaparecer.

Lo más terrible de todo es que la mujer que me inspira estas reflexiones se va a aburrir desde el primer párrafo, no está para debilidades ni cavilaciones que a nada conducen, cuando hay tareas tan importantes que asumir.