No soy creyente, o tal vez lo soy al estilo de la iglesia primitiva, la de los conventículos gnósticos que querían entender por el entendimiento, por la razón y no por la fe, y por eso siempre me ha intrigado el acto de la misa, que no puedo interpretar sino como un intento de diálogo con lo desconocido, pero mediado por seres de carne y hueso que se autoproclaman médiums de este contacto, entre el Mesías y sus ovejas.
Las antífonas que se cantan en la misa esperando su llegada, expresan por su variedad, las diferentes cualidades del Mesías y las diversas necesidades del linaje humano:
El hombre es desde su caída un insensato privado casi de razón y sin gusto hacia los verdaderos bienes; su conducta inspira horror y compasión y necesita la sabiduría.
El hombre es desde su caída esclavo del demonio, y tiene necesidad de un poderoso Libertador.
El hombre desde su caída está vendido a la iniquidad, y necesita un Redentor.
El hombre es desde su caída un preso encerrado en la cárcel tenebrosa del error y de la muerte, y necesita una llave para salir.
Él es ciego desde su caída, y necesita un sol que le ilumine
El hombre desde su caída está enteramente mancillado, y necesita un santificador
El hombre es desde su caída como una gran ruina, y necesita un restaurador
El hombre desde su caída ha doblegado la cabeza bajo el yugo de todas las tiranías, y tiene necesidad de un legislador equitativo.
El hombre desde su caída es una oveja descarriada y expuesta al furor de los lobos, y necesita un Pastor que le defienda y le guíe a buenos pastos.
Borrego es quien acepta esta sarta de insultos y descalificaciones como verdades reveladas y se pone de rodillas implorando el perdón de sus pecados. Sin embargo, como en La Caída de Albert Camus, todo empieza por el buen camino después de la caída: Existo gracias a la caída de mis padres, y mi caída personal me ha dado familia, amor, pareja, hijos y nietos.
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