domingo, 1 de junio de 2014

Moto GP y otras hierbas II


Mientras mis amigos disfrutaban en el autódromo el vértigo de otros, me dispuse a recorrer el pueblito-ciudad de Rio Hondo que, efectivamente, tiene un “barrio alto”, hacia el norte del Microcentro,  con chalets de jardín y rejas y escasa gente en las calles, algo parecido a nuestra Ñuñoa, sin mansiones ni edificios de departamentos, del Microcentro al sur  hasta el río, la zona más proletaria, de casitas pareadas, con vecinos instalados con sillas y mesitas en las aceras, tomando mate y charlando, mientras me miraban con curiosidad. Lamento no haberme decidido a pedirles compartir un rato con ellos, porque en ese momento me pareció un abuso, una intrusión en su intimidad, aunque no me cabe duda alguna que me habrían invitado con gusto. La próxima vez, lo hago, sin duda alguna.

En mi deambular, llegué a una plaza dedicada, al parecer, a San Francisco de Asís, porque aparte de una estatua de un santo que, en mi agnosticismo  no pude reconocer,  había otras, de gran altura y hechas con cachureos metálicos,  una de ellas representando a un cura, con hábito y delante de él, un toro que en su torso mostraba paletas de ventilador, trozos de radiador, en sus ancas, tambores de freno y en calidad de tendones y músculos, cremalleras con brazos de elevar los cristales y otras pieza que me entretuve en reconocer, recordando mis sesiones de mecánica con mi viejo, reparando mis autos antiguos.

Las estatuas no estaban al centro, sino que en un rincón cerrado de la plaza, y hacia allí me dirigí, mientras filmaba con mi camarita fotográfica. Noté que estaba solo en el lugar y, santiaguino al fin, me preocupé de estar alerta, no descuidando el entorno y, en una de esa miradas hacia atrás, veo que se me acercan dos personas, una alta, maciza, con la camisa de mangas recortadas en los hombros  y brazos tatuados y la otra, un individuo pequeño, flaco, de pantalones caídos y una gorra  de béisbol roja, calada hasta las orejas.

Caminaban por uno de los senderos hacia mí, y así como era lógico que yo me encaminara hacia allí como turista que observa estatuas, era ilógico que ellos, como vecinos, lo hicieran. Decidí que pasara lo que pasara, que fuera de frente, así es que me volví y empecé a caminar hacia ellos, por el mismo sendero. No es que pensara trenzarme en una gresca, una negociación me haría perder solamente mi viejo Casio, a punto de jubilar, mi Canon barata y doscientos pesos argentinos.

Al acercarse,  mientras mi adrenalina subía a mil, el más grande pisó el pasto para darme el paso, mientras me saludaban: Buenos días… ¿Todo en orden?

No pude menos que avergonzarme de mi pensamiento de Paz Ciudadana y del etiquetamiento social que nos han metido hasta el alma.

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