domingo, 20 de mayo de 2012

El árbol de la Constitución


El enorme aporte conceptual, e icónico, de la pirámide de Kelsen, ha sufrido críticas e interpretaciones que tienden a desdibujarla. ¿Cómo es eso que la norma fundamental, la constitución, siendo el gran paraguas del resto de la normativa, se vea transformada  en un punto,  que carece de extensión? ¿Cómo es que la norma fundamental se alimenta de una especie de nube difusa, celestial, que es la norma  hipotética fundamental? ¿Cómo es que coexisten, en esa nube cuestiones materiales, valóricas supremas,  codeándose con normas internacionales de derechos humanos, variables  y en discusión? 

No es menor  el que esas imágenes nos recuerden al ojo del Gran hermano, desde la cumbre de la pirámide masónica, un ícono perfecto del paradigma del  dominio del derecho, que en estos días  parece poner en su verdadera  y escasa dimensión los del iuspositivismo en su estrechez  y del iusnaturalismo  en su utopía.

Invertir la pirámide parecía  ser una solución, al otorgarle a la constitución la máxima extensión, sólo que  eso trae dos problemas aparejados  en este intento de graficar  conceptos: el primero, que la pirámide invertida es el máximo ejemplo de  inestabilidad de los cuerpos inmóviles, y así lo enseñan las artes marciales orientales, cuya sabiduría filosófica no puede ser puesta en duda, y la segunda, que la nube conceptual, que sigue estando en el cielo, podría aumentar su inestabilidad al poner el acento en distintas materias, o gráficamente, en distintos lugares de la nube.

Y vale la pena recordar que la nube la agregó Kelsen en su exilio, para impedir que otro Führer decretara en el futuro el genocidio de acuerdo a la Constitución, y que, en consecuencia, es un parche ideológico nacido de la cruda realidad y no de la idílica abstracción de la pirámide. 

Por eso, el papel de la constitución, una especie de vía única que une y relaciona los valores supremos con las conductas diarias, se parece más al tronco de un árbol, que, enraizado firmemente en el suelo, recoge de él la savia conceptual que hace llegar a los distintos niveles de su ramaje, que la materializan en los frutos, o en las leyes, para el beneficio de las personas.

Y cualquier ingeniero agrónomo, es más, cualquier campesino,  sabe que un pino o un álamo no resisten la tormenta  que si resiste una araucaria o una lenga o un alerce, y la explicación queda a la vista cuando el árbol cae: los árboles nativos tienen raíces profundas, los árboles  extranjeros  tienen raíces superficiales. Y  saben también ambos el perjuicio que generan los pinos, que hacen  infértil la tierra en la que se plantan, pero que producen enormes réditos a quienes los explotan, ambos efectos  deletéreos  para el ciudadano común.

La sabia naturaleza parece advertirnos de la inconveniencia de importar árboles y constituciones  extranjeras bajo el pretexto de la economía y del derecho comparado, si no se tienen en consideración las características del terreno y del clima, ni las  idiosincrasias de los pueblos.

Pero, tal parece que nuestra teoría ya necesita críticas e interpretaciones, pero que en este caso no la desdibujan, sino que  le entregan nuevas posibilidades de iconografía conceptual (una redundancia porque el lenguaje iconográfico es conceptual, ideográfico, en contraposición al lenguaje nomotético, analítico, propio de la ciencia: un carácter chino es ideográfico, una letra es nomotética, creo yo)

La corrección consiste en que, así como el árbol de la vida, la Thuja occidentalis se puede convertir en arbusto si se poda   para impedir su crecimiento, la vid, un arbusto o planta rastrera, se puede transformar en árbol si se cuida mediante tutores, que la elevan por sobre nuestras cabezas. Que mejor ejemplo de una planta que requiere de nuestros cuidados para  ofrecer sus frutos, que pueden servir  de alimento, relajación, inspiración o borrachera, eso, a nuestra elección. Como las leyes, que alimentan, relajan, inspiran o producen borrachera de poder.

Y la vid tiene otra aptitud que parece ser única, la de absorber del terreno donde enraíza, los colores, sabores y olores de árboles y arbustos frutales en su vecindad, de allí los toques frutales que los inexpertos solamente podemos leer en las etiquetas del vino, pero que los iniciados disfrutan en plenitud. A eso podría llamársele  derecho comparado, porque nutre nuestro árbol constitucional con nuevos sabores, sin invadirlo.

¡Salud!

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