viernes, 8 de junio de 2012

De Descartes a Máynez

La realidad tiene una complejidad infinita, imposible de conocer de un sólo plumazo, y de eso es consciente Buda, cuyo inmovilismo y obesidad son consecuencia de intentar captar el mundo sin dividirlo en sus partes, como lo intenta Descartes. Émulos contemporáneos de Buda son Persio, de Cortázar, que intenta tener una instantánea del total de los trenes que circulan por Francia, en un sólo segundo y Funes el memorioso, de Borges, que recuerda minuciosamente cada instante de su vida pasada.Un par de locos diría un pragmático, pero un par de locos lindos, diría un filósofo.

Está claro que ambas son miradas distintas, intentos de saber,  que tienen sus propias ventajas y sus propias debilidades: el pensamiento budista ha logrado el conocimiento de sí mismo, pero sólo puede echar a volar la imaginación, el cartesiano ha hecho volar los aviones, pero nos dificulta conocer nuestro interior.

Pero, los extremos se juntan, y tal parece que  Zaratustra tenía razón cuando vaticinó que "cuando los pájaros de metal crucen los cielos, Oriente invadirá a Occidente" y efectivamente, el pensamiento oriental, la necesidad de volver a uno mismo después de la extrema extroversión hacia las cosas materiales del mundo occidental , parece ser una necesidad sentida por muchos, que acuden al yoga, al tai chi, a la meditación trascendental y a las artes marciales, con un alto contenido filosófico, en tanto los más pragmáticos igualmente trabajan por un desarrollo, por lo menos, a escala humana.

Pero, ¿qué tendrá que ver Descartes con Máynez, aparte naturalmente de compartir ambos una mirada científica occidental, la de dividir para conocer?

Así como Descartes dedica una mirada a cada parcela de la realidad que ha logrado separar, única forma de simplificar su estudio, así Máynez logra hacer confluir las distintas miradas que fueron apareciendo, históricamente, en la comprensión del fenómeno jurídico, desde las ideas puras, que nos anteceden y parecen flotar entre nosotros dictando nuestras conductas, pasando por  una mirada humana respecto de lo  justo de esas predestinaciones, hasta terminar en la realidad, que lleva estas elucubraciones a eso mismo, a la realidad, al consenso, al acuerdo.

Parafraseando a Foucault, Máynez convierte en sincronía, dialogante, la diacronía de la historia, poniendo en un solo plano los tres círculos que nacen en distintos tiempos y circunstancias, pero que conservan su validez, porque no son sino formas de mirar la realidad, no son la realidad misma.

En cualquier cruce del jardín de los senderos que se bifurcan, de Borges, pueden encontrarse y conversar, don Aristóteles, monsieur Descartes y el licenciado Máynez, como viejos amigos. Una maravilla, un punto de luz en una realidad que sigue manteniendo, imperturbable, su complejidad.


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