“Devenir niño”, “devenir niña” –como
propuso Gilles Deleuze– no es volver para atrás, no es tomar la forma de niño.
Es estar dispuesto para viajar a un territorio habitado anteriormente, pero
abierto para encontrar las novedades y llevando el bagaje de adulto para
aquella travesía.
Fácil,
interesante, hasta intrigante parece ser esa aventura, pero, en realidad,
¿qué, cuánto y cómo
recordamos nuestra vida pasada? Hoy nos sorprende la aparente ligereza
con la que hicimos algunas decisiones que marcaron nuestras vidas, porque no
recordamos los argumentos, los pro y los contra, que probablemente ni siquiera
consideramos, y que hoy nos la harían difícil. Una rara sensación de haber sido
otras personas, uno de los tantos hombres que ocupan mi cuerpo, en el decir
poético de Pessoa, o mi traje, en el de Neruda, nos instala sólo en el presente, en lo que hoy
somos, y no sólo en lo que aprendimos, sino también en lo que olvidamos. Pero siempre nos
llena el alma pasear por este, nuestro jardín privado, nuestro jardín borgiano
de senderos que se bifurcan, que aún tiene rincones desconocidos, cruces de
caminos en los que nos podemos encontrar con nosotros mismos, más viejos o más
niños, para entendernos, o tratar de entendernos, o por lo menos, para
conversar.
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