sábado, 14 de marzo de 2015

Díjeme yo...

Devenir niño”, “devenir niña” –como propuso Gilles Deleuze– no es volver para atrás, no es tomar la forma de niño. Es estar dispuesto para viajar a un territorio habitado anteriormente, pero abierto para encontrar las novedades y llevando el bagaje de adulto para aquella travesía.

Fácil, interesante, hasta intrigante parece ser esa aventura, pero, en realidad, ¿qué,  cuánto  y cómo  recordamos nuestra vida pasada? Hoy nos sorprende la aparente ligereza con la que hicimos algunas decisiones que marcaron nuestras vidas, porque no recordamos los argumentos, los pro y los contra, que probablemente ni siquiera consideramos, y que hoy nos la harían difícil. Una rara sensación de haber sido otras personas, uno de los tantos hombres que ocupan mi cuerpo, en el decir poético de Pessoa, o mi traje, en el de Neruda, nos instala sólo en el presente, en lo que hoy somos, y no sólo en lo que aprendimos, sino también en lo que olvidamos. Pero siempre nos llena el alma pasear por este, nuestro jardín privado, nuestro jardín borgiano de senderos que se bifurcan, que aún tiene rincones desconocidos, cruces de caminos en los que nos podemos encontrar con  nosotros mismos, más viejos o más niños, para entendernos, o tratar de entendernos, o por lo menos, para conversar. 

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