miércoles, 4 de abril de 2012

BASURAS DEL GENOMA HUMANO

BASURAS DEL GENOMA HUMANO

El descubrimiento del genoma humano, como todo gran descubrimiento, ha traído más obscuridades que claridades. Como todo paso importante de la ciencia, ha logrado abrir un enorme cuarto hasta ahora cerrado, pero entramos en él alumbrados con la luz vacilante de una vela. Estamos dentro, pero no sabemos los que oculta la oscuridad que nos rodea.

Si es verdad lo que hasta ahora se sabe, que compartimos el 95% de la carga genética con una lombriz de tierra y que solamente el 1% de esa carga genética hace que seamos seres humanos y no primates, entonces el genoma no es realmente un genoma humano sino el genoma de la vida en toda su increíble complejidad.

Si la abrumadora mayoría de los genes tienen funciones aún desconocidas y si compartimos esa carga genética con el resto de los seres vivos carentes de inteligencia, habla, ideologías, teorías de la existencia y visiones de futuro, entonces quiere decir que los procesos vitales básicos son increíblemente más complejos y variados que los responsables de la capacidad intelectual que nos permite subyugar al resto de los animales del planeta.

Nos dice, al mismo tiempo, que el desarrollo de los seres vivos tiene diacronías y sincronías, que tiene una expresión temporal cuando muestra el desarrollo de cada especie y una expresión instantánea cuando comparamos los distintos grados de desarrollo de las distintas especies.  Investigaciones del desarrollo del comportamiento de los perros domésticos señalan que ellos se encuentran en la misma etapa en la que se encontraba el hombre inmediatamente antes de comenzar a hablar. Es de esperar entonces que, si su evolución no se detiene, en un chispazo del tiempo, vale decir unos cuantos millones de años, también podrán hacerlo, aunque tal vez no podrán entenderse con los humanos que ya deberían estarse comunicando de manera diferente producto de su propia evolución.

Este conocimiento del mapa de la vida hace tambalear, nuevamente, la teoría teológica del cristianismo respecto del origen de la vida. El hombre no parece estar hecho a imagen y semejanza de la divinidad porque es prácticamente idéntico al resto de los animales de la creación y, si el pecado original no fue el carnal, ni fue el orgullo y simplemente fue el albedrío que da el pensar, entonces a cada especie le llegará la hora del castigo, verdadero si la divinidad existe o creado por la propia mente para llenar el vacío de la comprensión de la propia vida, de la cual hasta ese momento no se tenía conciencia.

Pero este genoma humano es un descubrimiento apasionante porque permite echar a volar la imaginación. Si las especies son capaces de traspasar de individuo en individuo, mientras están vivos, estos códigos genéticos que al parecer lo recuerdan todo, entonces la humanidad entera es como una gran trufa, ese hongo subterráneo de kilómetros de extensión encontrado hace algunos años en Francia, que se autoregenera día por día entregando no solamente códigos de estatura, color de pelo y ojos, sonrisa, genes patológicos, predisposición al cáncer, etc. sino también conocimientos, recuerdos, temores, idiomas que debieron alojarse en alguna de esas partículas de información y que reaparecen, una y otra vez, en los individuos de la descendencia.

Un estudioso de la Biblia, Ernesto de la Peña, en su libro "Las controversias de la fe", se refiere a la personalidad contradictoria e inquietante de Tomás, uno de los 12 apóstoles, quien en sus altibajos de devoción y rechazo, exigió sumergir su mano en las heridas de Jesús para creer en su resurrección.

A él se le atribuye el Evangelio según Santo Tomás, texto declarado apócrifo y hereje por la Iglesia y el único que habría recogido directa y textualmente expresiones de Ieoshúa, Jesús, inquietantes y contradictorias con la fe:
Ieoshúa ha dicho:
Pues muchos que son primeros serán los últimos y los últimos primeros. Y se convertirán en una sola unidad.
Bendito sea el león que el humano come y el león se convertirá en humano.
Y maldito el humano a quien el león come y el humano se convertirá en león.
En los días cuando comíais muertos, los transformasteis a la vida.
Quien encuentra la interpretación de estos dichos, no saboreará la muerte.
Los terrores ancestrales a la oscuridad y al fuego, los "déja vu" y los "déja connu"de la psiquiatría clásica, las reencarnaciones en determinadas religiones, las regresiones hipnóticas hacia otras vidas no serían entonces más que el rastro dejado por nuestro itinerario genético, las basuras de información que debieron eliminarse para no entorpecer el desarrollo y la libre expresión propios, pero que allí quedaron, formando parte de nuestra carga genética, disponibles para un nuevo traspaso si el óvulo o el espermio, representando la mitad de la célula madre, logran su preservación en el nuevo ser.

Los chips electrónicos de memoria fabulosa y los procesos transgénicos, que permiten intercambio de información genética entre peces y tomates han llegado a ser pálidos reflejos de una realidad aterradora, desconocida e infinitamente más compleja que guarda, entre otros miles de secretos, el más importante, el de la vida, así sea la vida de una bacteria o la de un premio Nobel de la Ciencia.

Es probable que el empeño de un gnóstico por conocer el origen de la vida y su significado sin recurrir a la fe y solamente gracias a la inteligencia sea un empeño vano, tan confuso e irreal como el dibujo de Escher, de una mano que empuña un lápiz que dibuja a la mano que empuña un lápiz que, a su vez, la dibuja, imagen inquietante como la cinta de Moebius, objeto único sin principio ni fin.

Si es verdad que la vida fue capaz de nacer sin inteligencia previa que la diseñase y que la inteligencia es simplemente un producto de su desarrollo, probablemente el último pero no el más complejo si se atiende a la cantidad de genes responsables de la una y de la otra, entonces la inteligencia habría aparecido en el proceso de desarrollo simplemente con la finalidad de mejorar los procesos de supervivencia.

Suponer que la inteligencia nos permitiría desentrañar el origen de la vida no sería más que una aspiración imposible, la frustración del gnóstico y el castigo a la soberbia del creyente.

La vida sería entonces simplemente eso: la vida, algo que no necesita explicación porque simplemente no la tiene, porque está más allá de la explicación, constructo tan imperfecto de la mente humana como lo es la fe, para tratar de entender lo inentendible.

Conocer el primer eslabón nos podría poner frente a Dios, y sería el triunfo de la fe... o al borde de un inmenso agujero negro... al que deberíamos entrar, alumbrados por la luz vacilante de la ciencia.
Vuelvoalsur, 2007.

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